En un giro dramático que ha sacudido los cimientos del mundo criminal en Medellín, Édinson Rodolfo Rojas, conocido en el bajo mundo como Pichi Gordo, fue asesinado en un ataque sicarial en el exclusivo sector de El Poblado. Este evento marca el cierre de la carrera delictiva de uno de los cabecillas más notorios y esquivos de las bandas La Terraza y La Oficina, cuya influencia se extendió más allá de las fronteras colombianas.
Pichi Gordo, quien había recuperado su libertad en enero de 2020 tras ser beneficiado con libertad condicional sin cumplir la totalidad de su condena de 16 años por delitos que incluían homicidio, concierto para delinquir y porte ilegal de armas de fuego, encontró su fin en una emboscada mientras transitaba en un vehículo de alta gama. El ataque no solo cobró su vida sino también la de su escolta, dejando además a una persona herida, en un hecho que evidencia las profundas rivalidades y ajustes de cuentas dentro del entramado criminal de la ciudad.

La historia de Rojas es un relato de ascenso dentro de las estructuras del crimen organizado, desde su captura en Panamá en 2013 y posterior deportación a Colombia, hasta su condena y eventual liberación anticipada. Su liderazgo en La Terraza y La Oficina lo posicionó en la mira de las autoridades y rivales por igual, siendo responsable de una serie de actos violentos que incluyen el asesinato erróneo de un empleado bancario en 2008 y la presunta autoría intelectual detrás del homicidio de dos policías encubiertos en 2012. La muerte de Pichi Gordo no solo representa el fin de una era para el crimen organizado en Medellín, sino que también plantea interrogantes sobre el futuro de las dinámicas de poder dentro de estas organizaciones criminales. Mientras las autoridades continúan desentrañando los detalles de este ataque, la comunidad y los observadores se quedan reflexionando sobre las implicaciones de este suceso en la lucha contra el crimen organizado y la búsqueda de la paz en una de las ciudades más vibrantes de Colombia.