En un giro dramático de eventos que ha sacudido los cimientos de Medellín, la noche del jueves se tiñó de sangre en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad, dejando un saldo trágico de dos muertos y un herido. El ataque, perpetrado en el cruce de Los Balsos con la Transversal Superior, no solo sembró el terror entre los ciudadanos en hora pico, sino que también marcó el fin de Édinson Rodolfo Rojas, alias Pichi Gordo, un nombre que resonaba con fuerza en los anales del crimen organizado de la ciudad.
Pichi Gordo, conocido por su liderazgo en la temida organización criminal La Terraza y su vinculación con La Oficina, fue abatido en un violento enfrentamiento mientras se desplazaba en un lujoso vehículo BMW. La precisión del ataque, ejecutado desde una motocicleta que se aproximó al vehículo con mortífera intención, deja entrever una venganza meticulosamente planificada en las sombrías profundidades del mundo criminal.

La historia de Rojas es una crónica de ascenso y caída en el mundo del crimen. Capturado en Panamá en 2013 y posteriormente deportado a Colombia, logró una condena reducida tras un preacuerdo con la Fiscalía, siendo sentenciado por homicidio, concierto para delinquir y porte ilegal de armas. Sin embargo, su liberación condicional en enero de 2020, tras cumplir apenas la mitad de su sentencia de 16 años, encendió las alarmas de una inminente lucha de poder, presagiando un final sangriento.
Este último acto de violencia no solo reabre heridas en una ciudad que lucha por deshacerse de las cadenas del crimen organizado, sino que también plantea interrogantes sobre la eficacia de las políticas de reinserción y el eterno ciclo de violencia que parece atrapar a aquellos que una vez se sumergieron en sus oscuras aguas. La caída de Pichi Gordo no es solo el fin de un capítulo, sino un recordatorio sombrío de las batallas que aún se libran en las sombras de Medellín.