El depuesto presidente sirio Bashar al-Ássad y su familia se encuentran en Moscú bajo asilo político, confirmó este domingo el Kremlin. La decisión, tomada por “motivos humanitarios”, marca un nuevo capítulo en la crisis siria, tras la sorprendente ofensiva que permitió a los rebeldes tomar Damasco y derrocar al régimen que gobernó con mano de hierro durante más de cinco décadas.
La caída de al-Ássad ha generado reacciones globales. Rusia, su principal aliado, aseguró que está en contacto con los líderes rebeldes para garantizar la seguridad de sus bases militares en Siria, mientras el secretario general de la ONU, António Guterres, llamó a la calma y pidió negociaciones para una transición pacífica bajo el auspicio de las Naciones Unidas. En Europa, países como Francia y Alemania celebraron la caída del régimen, destacando el fin de 13 años de represión brutal que incluyeron bombardeos, torturas y el uso de armas químicas.
Sin embargo, la situación plantea nuevos desafíos. Mientras el grupo islamista Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) y sus aliados consolidan el control territorial, surgen preocupaciones sobre el futuro político y social de Siria. HTS, considerado un grupo terrorista por Occidente, ha intentado proyectar una imagen más moderada, pero su historial y la posibilidad de una radicalización mayor generan dudas sobre la estabilidad a largo plazo en la región.

El asilo político otorgado a al-Ássad es una muestra del compromiso de Rusia con la protección de sus aliados, pero también subraya la pérdida de poder e influencia del Kremlin en Siria tras años de apoyo militar al régimen. La salida del líder sirio representa una derrota estratégica para Moscú y Teherán, quienes habían mantenido a al-Ássad como un pilar de su influencia en Medio Oriente.
La huida de Bashar al-Ássad simboliza el colapso de un régimen que representó una de las épocas más oscuras para Siria. Aunque la caída del dictador es motivo de alivio para muchos, el país se enfrenta ahora a un vacío de poder que podría derivar en una fragmentación aún mayor. Con múltiples actores internos y externos buscando influir en el futuro de Siria, el camino hacia la estabilidad parece largo y lleno de obstáculos. La comunidad internacional deberá actuar con rapidez y firmeza para evitar que la transición sea dominada por grupos extremistas o intereses que perpetúen el sufrimiento del pueblo sirio. La reconstrucción del país requerirá un compromiso genuino con la paz, la reconciliación y el respeto a los derechos humanos.