El gobierno de Bashar al-Ássad, quien gobernó Siria durante más de dos décadas, ha colapsado luego de un rápido avance militar por parte de los rebeldes de Hayat Tahrir Al-Sham (HTS). El domingo por la mañana, la televisión estatal siria confirmó la dimisión de Ássad y su salida del país, en medio de una ofensiva que tomó por sorpresa a aliados y enemigos del régimen.
Los rebeldes, encabezados por Ahmed Al-Sharaa, conocido como Abu Mohammed Al-Jolani, lograron apoderarse de ciudades clave como Alepo, Homs y finalmente Damasco en cuestión de semanas. Los combates dejaron al régimen acorralado y sin opciones estratégicas, obligando a Ássad a abandonar la capital siria. Según informes, el exmandatario habría huido a Moscú, dejando un vacío de poder en un país que ya enfrentaba profundas divisiones internas y una crisis humanitaria sin precedentes.
La caída del régimen de Ássad tiene repercusiones significativas para sus principales aliados, Rusia e Irán, quienes durante años respaldaron su permanencia en el poder. Ambos países están ahora en una posición complicada, con recursos mermados por conflictos en Ucrania y Medio Oriente. Por su parte, Israel y Estados Unidos observan con cautela, conscientes de que HTS, aunque se presenta como una fuerza más moderada, sigue siendo considerada una organización terrorista por Occidente.

El conflicto, que inició en 2011, ha dejado entre 300.000 y 500.000 muertos, además de 10 millones de desplazados, según cifras de la ONU. Mientras los sirios celebran la caída de un régimen ampliamente repudiado, el país enfrenta un futuro incierto. La rivalidad entre facciones rebeldes y la interferencia de actores internacionales complican la posibilidad de establecer un gobierno estable en el corto plazo.
El derrocamiento de Ássad marca el fin de una era, pero no el inicio de la estabilidad en Siria. Las divisiones ideológicas, religiosas y políticas que fragmentan al país no se resolverán con la salida de un líder. En su lugar, se abre un escenario donde las facciones rivales y potencias extranjeras buscarán consolidar su influencia, a menudo a costa de la población civil. Occidente enfrenta un dilema complejo: intervenir para evitar un vacío de poder que beneficie a grupos extremistas o mantenerse al margen, arriesgando que la inestabilidad regional se intensifique. Para Siria, la paz sigue siendo un sueño lejano mientras los intereses geopolíticos primen sobre la reconstrucción y la reconciliación nacional.